A veces, nuestra mente se convierte en un caos que parece no tener fin. Preguntas sin respuesta, recuerdos que vuelven sin que queramos y escenarios imaginarios que probablemente nunca ocurran. Nos aferramos al “¿por qué?” como si encontrar una explicación nos fuera a salvar del dolor. Pero cuanto más lo intentamos, más nos alejamos de lo que de verdad importa: lo que sentimos aquí y ahora.

Detenerse a sentir no es fácil. Da miedo, porque nos obliga a enfrentarnos con nosotros mismos sin excusas, sin distracciones, sin ruido. Y es ese miedo el que nos lleva a llenar el vacío con más ruido: pensar demasiado, volver al pasado o crear futuros imposibles. Es como si ese torbellino mental nos protegiera de algo que no queremos aceptar. Pero en realidad, ese ruido solo nos ata más fuerte a nuestras propias cadenas.

Cadenas visibles e invisibles

Desde que nacemos, estamos rodeados de normas, expectativas y presiones sociales que moldean lo que creemos que debemos ser. Nos enseñan a seguir un guion: estudiar, trabajar, encajar. Estas son las cadenas visibles, las reglas externas que de alguna manera nos dictan cómo debemos vivir. Pero también están las cadenas invisibles, las que nacen dentro de nosotros: nuestras inseguridades, miedos y las máscaras que llevamos para encajar.

Esas cadenas invisibles son las más difíciles de reconocer. Nos convertimos en muchas versiones de nosotros mismos: la persona que otros quieren ver, la que sonríe aunque esté rota, la que finge no tener miedo. Estas máscaras nos protegen, pero también nos desconectan de quienes somos en realidad.

Pensamos que somos libres, pero ¿Cuántas decisiones tomamos por miedo al rechazo o al fracaso? ¿Cuántas veces hemos dicho “no puedo” porque es más fácil quedarnos en lo conocido que enfrentar lo desconocido? Estas cadenas invisibles, aunque no se vean, nos atan con fuerza. Y lo peor es que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de que están ahí.

El ruido como barrera

Ese ruido interno que fabricamos no es solo un mecanismo de defensa; es también una forma de evitar mirar hacia adentro. Pensar demasiado nos da una ilusión de control, como si desentrañar cada detalle pudiera cambiar algo. Pero en realidad, el ruido no nos libera: nos mantiene atrapados en nuestra propia celda mental.

Cuantas más vueltas le damos a algo, más nos alejamos de lo que sentimos realmente. Es como intentar escuchar una melodía en medio de un concierto de percusión. La claridad no viene del pensamiento obsesivo, sino del silencio. Y el silencio solo llega cuando dejamos de luchar contra lo que sentimos y empezamos a aceptarlo.

El desafío de mirarnos de frente

La verdadera libertad no es derribar todos los barrotes de nuestra celda o romper todas las cadenas. Es aprender a reconocer cuáles nos atan, cuáles hemos creado nosotros mismos, y decidir si estamos dispuestos a soltarlas. Aceptar que no tenemos todas las respuestas es un acto de valentía. Porque, al final, la vida no se trata de entenderlo todo, sino de sentirlo todo.

La próxima vez que te encuentres atrapado en tus propios pensamientos, pregúntate:

  • ¿Qué estoy evitando sentir?
  • ¿Este ruido interno me está ayudando o solo me está alejando de mí mismo?
  • ¿De qué máscara puedo desprenderme hoy?

No necesitas resolverlo todo de golpe. El primer paso hacia la libertad no es perfecto, pero es real. Y cada vez que eliges sentir en lugar de evadir, estás un poco más cerca de encontrar esa versión auténtica de ti mismo.

Intentarlo ya es un paso para el cambio

Tal vez nunca seamos completamente libres, y está bien. Porque la libertad no es un destino; es un proceso. Cada vez que cuestionas una norma, enfrentas un miedo o te quitas una máscara, estás creando un espacio para ser más tú. Y eso, aunque parezca pequeño, es donde empieza el verdadero cambio o transformación

¿Cómo he conseguido hacerlo yo?

Todo lo que escribo en este y en otros artículos no nace desde un pedestal de superioridad, como si hubiera superado todas las barreras de las que hablo. No es así. Lo escribo porque soy consciente de estas limitaciones o, al menos, porque quiero serlo. A través de la escritura expreso mis propias debilidades, aquellas que también me cuestan y con las que lucho cada día.

No soy perfecto ni tampoco considero que lo que escriba está bien ni debáis tomarlo al pie de la letra. Hablar sobre estos temas no significa que haya logrado superar todo de lo que reflexiono aquí. Al contrario, comparto mi punto de vista porque creo que es importante ser reales con lo que nos limita y, sobre todo, porque quiero que quienes lean esto y se sientan igual sepan que no están solos.

Mi intención no es dar lecciones, sino tender un puente. Que lo que escribo pueda ayudarte a ti, como también me ayuda a mí, a cuestionar en este caso nuestras cadenas y a trabajar en ellas. Porque al final, todos estamos en caminos muy similares.